domingo, 15 de abril de 2012

Capitulo II: Caída.

Llevaba dos semanas siéndole totalmente fiel a Ana y mi bascula era un testigo mudo de los pequeños logros que fui conquistando con un esfuerzo enorme.

Ana me recomendó buscar a princesas consumadas que pudieran instruirme a través de blogs o redes sociales, también dijo esa era una forma de recordar las razones por las que había decidido tomar ese camino y de ese modo la sintiera siempre a mi lado, que no me sintiera sola en ese estilo de vida tan difícil y gratificante.

En ese tiempo las cosas iban bien, encontré la forma de engañar a mis padres y cada noche analizaba meticulosamente mi diario de comidas para ver que podía eliminar al día siguiente y tuve el cuidado de decir que no me sentía bien del estomago para que nadie sospechara; unos días después una princesa me recomendó unas pastillas laxantes y empecé a usarlas, al principio me pareció que eran bastante fuertes ya que provocaban diarrea  y dolor agudo en el abdomen. Era difícil, extrañaba la comida y a pesar del tiempo no me había acostumbrado a la dolorosa sensación de vació en el estomago, pero cuando me pesé una semana después había bajado más de 5 kilos, aun me faltaba bastante, pero me sentía realmente feliz, francamente no podía creerlo.

Sin embargo, la alegría no fue duradera. Esa fatídica mañana... me había propuesto continuar ayunando, ya llevaba 32 horas y mi meta eran al menos 50, pero mi mamá faltó al trabajo y decidió desayunar conmigo. "Me lo llevó para comerlo en e almuerzo"  dije refiriendome a una rebanada de mi favorito: Pastel de chocolate.

"No es tan tarde, cometelo"
Dijo, sé que mi obligación era insistir y usar cualquier método para salirme con la mía, pero con solo oler el chocolate se me hacía agua la boca y el estomago vació exigía comida, por lo que no opuse resistencia y devoré la rebanada completa con un vaso de leche.

En la escuela definitivamente no fue mi día, estaba preocupada y deprimida por un examen de calculo que no pude terminar y en el almuerzo una de mis mejores amigas se acercó a mí con un plato de papas a la francesa "¿Quieres?" preguntó al notar la forma en la que miraba su comida "Bueno" respondí sin dudarlo y me tragué un bocado llenó de grasa, almidón y en general atascado de calorías; Me comí casi a mitad del plato y finalmente dije "¿Me esperas?, voy por otras"  y me acabé la ración completa casi sin masticar.

Mis padres ya empezaban a acostumbrarse a que pusiera mil pretextos para no cenar con ellos o que tomara solamente un café o té sin azúcar cuando no podía evitarlo, tal vez fue eso lo que me hizo sentir que me miraban con una mezcla de horror y sorpresa mientras devoraba el filete con  verduras y no conforme metí en un bolillo las sobras de la comida.

"No importa, mañana ayuno." me dije en un intento patético por consolarme, pero como si no fuera suficiente me sentí terriblemente ansiosa en medio de la noche y salí de la cama para ver con que más podía atragantarme.

A la mañana siguiente me sentí fatal conmigo misma, me odiaba. Sabía que había hecho mal, muy mal, al traicionar de esa forma a quien me prometía alcanzar la perfección que quería y volver a sentirme bien conmigo misma a cambio de una simple cosa: Lealtad.

Me sentía culpable, extremadamente culpable, pero por encima de todo me moría de miedo, no me atrevía a mirarme en el espejo por temor a lo que Ana pudiera decirme al respecto.